¿Adónde van a parar nuestros recuerdos perdidos?


Estudios recientes prueban que quizá es posible recuperarlos.



Según indican algunas investigaciones recientes, realmente muchos recuerdos no se acaban de borrar del todo de nuestro disco duro aunque pensemos lo contrario. Porque, ¿adónde va la memoria perdida? ¿Hay algún espacio que recoja lo que un día fueron datos, experiencias, sueños y que hoy hemos olvidado, al menos con nuestro cerebro consciente? La ciencia y la filosofía llevan siglos tratando de averiguarlo. Si la memoria tiene algún tipo de formato físico, si obedece a fenómenos químicos y neurológicos que dejan huella, ¿por qué a veces el olvido es irreversible? ¿Es que se borra la experiencia vivida para siempre o simplemente no somos capaces de rescatarla del lugar en el que está archivada?

Pues bien, algunas investigaciones podrían tener la respuesta. Por ejemplo, un estudio publicado en la revista Neuron detectó patrones de activación neuronal que correspondían a recuerdos que los voluntarios habían dado por perdidos. Uno de los autores de la investigación, Jeffrey Johnson, de la Universidad de California en Irvine, concluía que, “aunque el cerebro aún conserve una determinada información, es posible que no siempre tengamos acceso a ella”. Cuando intentamos evocar una cara, algo divertido que nos pasó o una comida deliciosa, activamos los elementos neurológicos necesarios para ensamblar las piezas. ¿Qué ocurre, entonces, con los  recuerdos incompletos? ¿Por qué solo se pone en marcha una parte de dichos patrones? ¿Qué sucede con el resto?

Una hipótesis plantea que muchos acontecimientos no se borran definitivamente de nuestro cerebro. Lo que ocurre es que perdemos la capacidad de rememorarlos.

Otra investigación, realizada con ratones por el RIKEN-MIT Center for Neural Circuit Genetics de Japón, ha intentado responder a estas preguntas. Y su conclusión final es que se pueden reactivar las trazas bioquímicas que corresponden a memorias supuestamente esfumadas. Para comprobar si era así, los científicos inyectaron a algunos roedores una sustancia inhibidora de ciertas neuronas y los volvieron amnésicos. Después colocaron a todos los animales en un entorno donde podían evitar o no descargas eléctricas a las que previamente habían sido sometidos.

Aunque los olvidadizos volvían al lugar de la sensación desagradable, los investigadores consiguieron reactivar sus recuerdos perdidos enviando micropulsaciones de luz azul mediante una técnica denominada optogenética a las células nerviosas previamente apagadas por el fármaco. El resultado fue que, desde la intervención, los ratones empezaron a evitar el lugar donde recibían el electrochoque. Es decir, los ratones volvieron a recordar; volvieron a alejarse de los lugares donde sabían que les iba a ocurrir algo desagradable. O, lo que es lo mismo, la amnesia inducida no había borrado sus recuerdos sino que había inhabilitado su capacidad de rememorar las escenas.

Un ratón amnésico no pierde la memoria, sino que pierde la capacidad de recrear en la mente los acontecimientos que sí están guardados en la memoria. Es como si tuviéramos los recuerdos archivados en un ordenador y perdiéramos la contraseña para acceder a ellos. La información está ahí, pero no podemos rescatarla.


Estos trabajos apoyan la hipótesis de que hay una gran cantidad de acontecimientos que no se borran definitivamente de nuestro cerebro. Lo que ocurre es que perdemos la capacidad de rememorarlos, pero los expertos en este campo piensan que será posible desarrollar técnicas artificiales para hacerlo.

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